Enero es el mes de Capricornio cuyo ciclo culmina el 20 de Enero cuando el Sol entra en Acuario.
Capricornio es, como ya hemos descripto (ver Solsticio 2017) la energía de la madurez, la realización, la sobriedad, la concreción. Al estar en la cima del zodiaco, la Casa X, predomina en esta energía la institución social, lo que se espera del individuo, el súper yo y las expectativas sobre los logros. Es por esto que su lado interno resulta tenso, estricto, restringido, amargo, gris, solitario y austero al mismo tiempo que hacia afuera puede resultar ambicioso, implacable, materialista y autoritario. La figura del Capricornio es verdaderamente misteriosa y contradictoria, como el mes que rige. Es extraño que en este momento festivo del año el Sol esté en un signo tan poco alegre, ¿verdad?
Sin embargo hemos también de hablar acerca de la función mística de Capricornio, tal vez su lado menos explorado vinculado a la figura del Santo de este mes: San Antonio el ermitaño. En la historia de los estados y de los pueblos, el hombre activo, el militar, el político, escala los primeros planos y el ser contemplativo sólo lleva una vida oculta en las sombras, sin fama y sin gloria. Sin embargo sus insights y experiencias terminan de dar sentido a la vida social. Y ese es el mensaje de Capricornio. Es entonces cuando la legendaria vida de San Antonio puede ser analizada en clave arquetípica para descifrar el mensaje espiritual más profundo dentro de este símbolo cristiano. Aquì vamos:
Antonio nació alrededor del año 251 en Kome, en el centro de Egipto, hijo de padres ricos, mimado y abandonado a los caprichos de sus deseos y antojos. Esta situación cambió repentinamente al morir sus padres quedando el enteramente a cargo de los bienes de su familia y a cargo de su hermana menor (Virgo) La palabra aquí es el Administador del mundo material. Absorto en esta actividad y perdido en el mundo material un día escucho la palabra de Dios través de un predicador y se sintió profundamente conmovido y llamado al retiro espiritual. Abandonó todos sus bienes y dejó a su hermana en un convento. Fue aceptado en una comunidad de ermitaños quienes le enseñaron las técnicas ascéticas del cuerpo y el espíritu madurado por siglos en diferentes tradiciones espirituales. De día cultivaba una parcela en el desierto para alimentarse, de noche oraba y cantaba los salmos. Se iluminó a través de la meditación y llegó a ser llamado por sus hermanos «el preferido de Dios» y agradecían al cielo que este joven continuara la tradición de los ermitaños, ya casi condenada a desaparecer. Las visiones místicas y los estados meditativos no se alcanzan fácilmente. Tuvo que atravesar el infiero de su propia psiquis: todo tipo de tinieblas, pensamientos tortuosos y melancolía; luego lo atormentaron sus deseos, su ego y su vanidad. Así volvió a encontrar en el desierto todos los vicios de la humanidad que había querido esquivar. Porque en realidad viven en nosotros.
Dos decenios luchó por conseguir la paz, la iluminación, el Nirvana, el estado de gracia de ser uno con Dios. Se negó por mucho tiempo a predicar, porque la vida en comunidad era incompatible con el ideal del ermitaño. Pero luego se dio cuenta que la iluminación individual no servía de nada si no se podía compartir.
El entrenamiento que proponía a sus discípulos era severo. El mona-cato, como lo consideraba Antonio, no era un sufrimiento blando, una meditación vacía ni menos una actitud escapista, sino un trabajo difícil, ininterrumpido, en las arenas del desierto y acompañado de durísimas penitencias por las culpas ajenas. Su ascetismo fue estricto, pero sólo así logró educar caracteres que estaban preparados a arrostrar las sangrientas persecuciones del emperador Maximino Daza.
No sólo los ermitaños buscaban acercársele. En cada caravana venían funcionarios, comerciantes, soldados y gente de toda profesión, pidiendo consejo y contención.
La leyenda dice que Antonio ya contaba cien años de edad, cuando decidió recorrer todas las comunidades monásticas predicar su doctrina ascética cristiana. Murió a los 105 años en el monte Kolzim. El efecto de su entrega monástica fue grande. Aún muchos siglos después, su vida, descrita por Atanasio, incitó a muchos a abandonar voluntariamente el mundo y a vivir sólo para Dios.
La figura del ermitaño también llega a nosotros por medio del Tarot en todas sus versiones. Este arcano anuncia situaciones que deben ser tratadas con prudencia, humildad, buen juicio y paciencia. Es el perpetuo buscador, el maestro espiritual, y puede indicar un tiempo de retiro físico o espiritual, el encuentro con un maestro, o un consejo recibido de una persona sabia y prudente, o del propio yo interno. La carta se relaciona con los investigadores, las bibliotecas y las personas solitarias o depositarias de secretos. También representa el paso del tiempo. Sus cualidades son la discreción, la paciencia y la constancia.
En posición invertida implica situaciones de soledad y abatimiento, y la presencia de un falso maestro encerrado en su dogma. También implica obsesiones y estrechez de miras.
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